El proceso terapéutico se asemeja a un trayecto frecuentemente interceptado por diversos acontecimientos, fuerzas y contrafuerzas, tanto externas como internas. Aquellas personas que deciden emprender este camino hacia la autocomprensión y el bienestar psicológico han estado, de una u otra forma, trabajando en sí mismas. Este trabajo se manifiesta en la práctica de la voluntad y en los desafíos que esta implica, siendo el primer paso el más difícil de todos.
Este primer paso a menudo se posterga, ya que la zona de confort en la que nos encontramos puede parecer más atractiva. Sin embargo, llega un momento en que esta comodidad deja de serlo. Las preguntas internas comienzan a surgir, desafiándonos a salir de un estado de reposo que nos ha estado constituyendo. Este cuestionamiento es esencial, ya que actúa como un catalizador que nos motiva a buscar la propia terapia.
Dar el primer paso hacia la terapia implica un acto de valentía y autoconocimiento. Reconocer que necesitamos apoyo y que estamos dispuestos a enfrentar nuestras dificultades es un signo de fortaleza. La terapia no solo nos ofrece un espacio seguro para explorar nuestras emociones y pensamientos, sino que también nos brinda herramientas para navegar las complejidades de la vida. Al tomar esa decisión, comenzamos un viaje hacia la transformación personal, donde cada pequeño avance es un testimonio del progreso en nuestra búsqueda de bienestar.
